Jayuya…¿Porque nunca había llegado hasta ti si siempre has estado dentro de mí?

Recientemente visite el pueblo de Jayuya.
Creo que nunca había estado allí.
Me sorprendo de que en realidad no creo haber visitado ese pueblo con anterioridad.
Muchas cosas me son aparentemente tristes ahora…
Me había perdido de un bello lugar, con mucha historia y con un atardecer diferente a cualquier otro que hubiera visto.
Mi madre es natural de Arecibo y mi padre era natural de Lares; ambos pueblos situados en la cordillera central.
Jayuya es un pueblo situado en el centro literal de la isla de Puerto Rico...


Se accede a él por varias carreteras, que aunque aparecen en los mapas fielmente delineadas, en la realidad parecerían que no.
Son carreteras angostas, estrechas, rodeadas de abundante vegetación y en algunos tramos…peligrosas.
El viaje es monótono y cansón; no puede haber distracción para el conductor. 
Los pasajeros tienden a desorientarse y a sentirse mareados.
Desde Arecibo y Utuado la última parte del tramo es una pendiente de casi 45 grados.
Alguien pudiera preguntarse el porqué de hacer un viaje tan largo y en algunos casos peligroso.
Todas esas preguntas se desvanecen al llegar a Jayuya! 
¡El olor de la foresta que rodea el pueblo es singular! Es una fragancia de campo que no se siente saturada de ningún olor en particular; es una ecléctica mezcla de árboles, malezas, café, flamboyanes y flores. 
¡El aire es increíblemente fresco y limpio! Se respira salud. Aun estando situado entre montañas, se siente un clima primaveral y cómodo.
Note que cuando entramos a los campos y el pueblo, en tres ocasiones personas que nos veían pasar nos saludaban efusivamente. Un hombre, con pinta de agricultor, movió su mano y me saludo con cierta familiaridad. “Jamás lo había visto.” 
El hombre sostenía en su otra mano un machete. Al parecer era su herramienta de trabajo.
El gesto del hombre me caló hondo…
Posiblemente otra persona con ínfulas de citadino y con educación superior hubiera exclamado, “ ¿Y a este que le pasa?”
A mí me estuvo curioso y la respondí con el mismo saludo.
Después del tercer saludo me uní al grupo…ahora era yo el que saludaba a todos.
De ahí pasamos a las plantaciones de café.
Bebimos tazas de lo que se debe considerar el “elixir de la felicidad.”
Caminamos por plantíos de matas de café y dejamos que la cotidianidad y el ajoro diario se esfumara entre las hojas verdes de los arbustos.
¡Jayuya…te amo!
Entrada la tarde fuimos—hambrientos—a un restaurante que nos recomendaron entre las varias opciones del pueblo.
¡Esto sí que fue una sorpresa!
Jayuya sabe lo que es buen comer…
Nos atendió una simpática joven que se esmeró en tratar de que la pasáramos bien. Nos ofreció la sangría de la casa; de parcha.
Luego el chef de lugar nos preparó un mamposteado con amarillo para acompañar un churrasco relleno de camarones en salsa de setas.
Como dirían en Boston, Oh my God !
La gente de Jayuya es bulliciosa y alegre; gregaria y sincera; servicial y amena.
Parecería que lo conocen a uno de siempre.
La noche termino con una estadía en una posada local.
Todo comenzó a tener visos de vuelta a la realidad cuando emprendimos ruta hacia San Juan.
Todo lo demás dicho, les recomiendo que lleguen a Jayuya y que vean el Puerto Rico que no verán en ningún otro lado.





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